martes, 11 de noviembre de 2008

EL PRÍNCIPE JONATHAN Y LA VAGABUNDA AIKO.

Había una vez, un príncipe muy noble llamado Jonathan, era alto, delgado y apuesto porque tenía los ojos grandes y de color café claros, su piel sedosa y morena, por ser tan amigable y atractivo tenía muchas amigas. Una de sus mejores amigas se llamaba Aiko, ella era una niña pobre y linda porque tenía los ojos cafés y grandes, su piel blanquita, nariz pequeña y labios pequeños y se ganaba la vida vendiendo dulces, haciendo algunos malabares o demostrando su don de flexibilidad. Todos los días Jonathan siempre iba a visitarla dándole una limosna de 10 $ que para Aiko se le hacia la limosna más grande. Aiko era una gran amiga de Jonathan porque desde pequeños se conocieron, además Aiko le enseñaba algunas técnicas de Karate para que su amigo se pudiera defender de cualquier peligro.

Una vez el mayordomo dijo:
-Joven príncipe, el tengo un mensaje de su padre, le informo que ya tiene la edad para casarse con el amor de su vida.- El mayordomo se retira de la habitación. En ese momento el príncipe Jonathan estuvo muy confundido, vio las fotografías de sus grandes amigas y recordó los buenos momentos que tubo con ellas, pero el pensaba que a todas las quería por igual. Fue con su amiga Aiko para que le diera un consejo, pero ésta le dijo:

-Perdón Jonathan, pero esta vez no se que decirte, tal vez solo tienes que ponerle más atención a tu corazón y así sabrás quien es la mujer de tus sueños.- El príncipe le dio las gracias y se fue. De repente, se le ocurrió una idea al príncipe, así que llamó al mayordomo y le dijo:

-Jaken, por favor pega carteles por toda la colonia y lleva invitaciones a mis amigas.- Y el mayordomo le respondió:
-Pero si voy a dar invitaciones… ¿para qué los carteles?
-¡Es para Aiko!, ella nunca esta en un solo lugar, así que para que se entere pondrán carteles, otra cosa, las invitaciones y los carteles dirán: están invitados a ir al palacio para que el príncipe Jonathan pueda elegir a su amada esposa, pero cada una tendrá que traer lo más valioso que tenga, lo que más anhela, y cuando la elija se le devolverá a las demás lo que trajeron y a mi esposa también se le devolverá junto con mi cariño, amor y presencia.- El mayordomo sonríe y va a hacer los carteles y las invitaciones que le dijo el príncipe.

Llegó el día, y el príncipe Jonathan estaba listo para elegir a su amada esposa. Una iba pasando a enseñarle su mayor tesoro, luego pasaba otra, luego otra y así sucesivamente. Unas le daban monedas de oro de otros países, otras le entregaban joyas, otras le daban tréboles de 4 hojas que habían encontrado para que les dieran suerte.

Pero llegó la última doncella, ¡era Aiko!, venia con prendas que el príncipe nunca había visto puestas en ella, ya que de todas las prendas, esa era la mejor. Ella pasó al frente con las manos vacías y ella le dijo:

-Príncipe Jonathan, como habrá visto usted yo no tengo monedas de oro, o tréboles de 4 hojas o joyas, lo único que tengo que para mi es lo más valioso es mi vida, el amor que siento por usted y mi corazón y todo se lo entrego a usted porque lo quiero y es el único amigo que eh tenido en mi pobre vida.- Ella hizo una reverencia y se fue. El mayordomo se fue muy discretamente a esconderse y empezó a llorar como si fuera un niño pequeño que se le rompió su juguete favorito, pero no lloró por un juguete, sino por tan bellas palabras que le dijo Aiko al príncipe, una vez que terminó de llorar, el mayordomo se puso serio, muy serio y salió como si nada, pero vio la cara del príncipe que estaba roja como un jitomate y su corazón latía tan rápido y tan fuerte que hasta el mayordomo lo escuchaba. En fin, en ese momento el príncipe pudo elegir a su esposa, cuando el color de la piel volvió a su sedoso rostro, el príncipe se levantó, fue a donde esperaban pacientemente todas las doncellas, se para enfrente de ellas, hizo su sonrisa dulce y dijo:

-El amor de mi vida es…- hizo una breve pausa para mantener el misterio-…¡¡¡Aiko!!!- se dirigió hacia ella y mirándola tiernamente le preguntó dulcemente: - Aiko Arcueid Brunestud… ¿quieres ser mi esposa?
-Si, porque si no quisiera, ¿para que vengo?- el príncipe se rió, la tomó de la mano y la abrazó. Y como en todos los cuentos se terminan “y vivieron felices para siempre” así también se termina éste (ya que no se me ocurrió otra cosa y además es la tradición de los cuentos) y vivieron felices para siempre.

FIN.